¿Qué idea tengo de mí mismo? Responder
a esta pregunta no resulta tarea sencilla. Tratamos de recordar lo que los
demás nos han transmitido, si somos listos, guapos, especiales, atractivos, etc.
Y toda esa información y valoración sobre nuestra persona, transmitida desde el
amor es lo que conforma nuestra identidad.
Es francamente necesario que nos
valoren y nos transmitan cómo nos ven para, desde ahí, sumado a nuestra propia
percepción, nos sintamos seguros y vayamos por el mundo pisando fuerte, con
decisión y aplomo.
Con todo eso, podemos pasar a la
acción. Del “ser” al “hacer”. Si no tenemos ni idea de cómo somos o nos
sentimos profundamente acomplejados, no vamos a hacer nada, o muy poco. Si el “ser”
configura
nuestra identidad, el “hacer” configura nuestro orgullo, además de otras cosas.
nuestra identidad, el “hacer” configura nuestro orgullo, además de otras cosas.
Uno no se siente orgulloso porque
le valoren desde fuera y aprecien toda la labor realizada. Se puede sentir
agradecido, reconocido. Sin embargo, el orgullo nace de uno mismo, no del exterior.
De hecho, a menudo suelen estar enfrentadas las visiones interior y exterior. A
uno le pueden estar alabando por el maravilloso trabajo que ha realizado en el
área que sea, y la persona puede estar sintiéndose fatal por un problema de
perfeccionismo o de exigencia desmesurada. Y por el contrario, podemos
sentirnos maravillosamente por nuestra actitud, lo que hemos construido,
nuestra labor, etc. y que nadie lo aprecie, o que incluso lo desprecien.
¿Cómo sentirnos orgullosos de
nosotros mismos? Sencillo. Reconociendo quiénes somos y usando nuestros valores
para pasar a la acción.
El orgullo tiene como base el
reconocimiento, el esfuerzo, el tesón, la constancia. Y muy lejos de ahí está
la crítica destructiva, la culpa y la desvaloración.
Por supuesto que nuestros padres
pueden sentirse orgullosos de nosotros. De hecho, eso nos pone muy contentos y
satisfechos. Es un reconocimiento muy grande desde el amor y la igualdad,
puesto que si es sincero, hemos sobrepasado a nuestros progenitores. (Precisamente,
en eso consiste la evolución de la raza humana, o así debería ser: superar
siempre a las generaciones anteriores evolucionando). Aunque en esa valoración externa corremos el peligro de que, al poner fuera ese sentimiento y dependamos de ello, nos hundamos en el más profundo
pesimismo cuando nos lo roban.
Es imprescindible valorar lo que
hacemos, cada obstáculo que superamos, y aprender de los errores. Con esas
pautas y un trabajo constante, pronto comenzamos a sentir orgullo de nosotros
mismos, porque maduramos, aprendemos y nos realizamos.
Nunca debemos confundir el
orgullo con cualquier otro sinónimo que no lo es como autoestima, soberbia o arrogancia. La autoestima forma parte de la
identidad, no del siguiente paso, que es la acción. La arrogancia es una
actitud hueca y distante y la soberbia una posición jerárquica en la que
alguien se cree mejor que el resto. Por supuesto, que orgullo se identifica con
amor propio cuando te hieren en él. Sin embargo, el orgullo es tenerse en buena
consideración.
Sentirse orgulloso va más allá de
la mera satisfacción. No es tan efímera como ésta. El orgullo te permite estar
en paz contigo mismo y no entrar ni en neurosis ni en malas emociones. De
hecho, cuando pasa la vida y vamos llegando al final de nuestra estancia sobre
la faz de la Tierra, sentirse así es lo que nos permite trascender y no entrar
en pánico implorando otra oportunidad como si esta vida fuera el bingo.
Por todo ello, desarrollar más de
“todolobueno” es la clave para llenarnos los pulmones con tranquilidad y decir “¡olé
yo!”.
OLE YO! tengo mucho que aprender de esto que escribes. GRACIAS!! Jade
ResponderEliminarHay que regalar valoración positiva por el mundo, porque todo el mundo tiene algo. No cortarse por vergüenza, envidia o lo que sea a regar a otros es bueno para tod@s!! Lorena.
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